Empieza el juego - [#intimidaddelosviernes]


Marlene besó la mano de Colin y notó que se estremecía. Hacía tiempo que había comenzado a sentir sus reacciones, antes estaba demasiado absorta en sus propias emociones y sensaciones que no notaba que él también temblaba. Eso hacía que ella se emocionara mucho más que de costumbre. Volvió a darle un beso en la mano, en los nudillos, y él la movió para acariciarle la cabeza con dulzura.
Estaba sentado en el sillón del salón, justo ese sillón individual en el que le gustaba sentarse para jugar con ella. Había llegado de la calle, pero no le había explicado dónde había estado. Se había quitado el abrigo y los zapatos, luego había señalado al suelo y Marlene había cumplido con la orden sin decir nada: se había desnudado y arrodillado junto al sillón.
—¿En qué piensas? —preguntó él.
La ruptura del denso silencio le puso la piel de gallina.
—En que siento tus emociones.
—¿Ah, sí? ¿Y qué siento ahora?
La miró a los ojos y ella se acaloró.
—No me refería a eso —susurró. No dijo nada más, esperaba a que él le diera permiso para explicarse—. Te he besado y he notado que te agitabas. Tu temperatura ha subido. Estás silencioso. Me necesitas cerca. Quiero que me sientas como yo te siento a ti.
Apoyó la mejilla sobre la mano que él tenía encima del brazo del sillón, sin dejar de mirarle.
—¿Cuál fue tu primer amor?
Se sonrojó de golpe, sorprendida por la pregunta. Colin quería una respuesta, cuando estaban juntos, cuando era él quien mandaba, no podía negarse a nada de lo que él pidiera. Existían unos límites, pero confesar una tontería como esa no suponía ningún esfuerzo.
—Un chico de mi calle.
—¿Cómo se ganó tu corazón?
—Me compuso una canción.
—¿La recuerdas?
—La verdad es que no —reconoció Marlene, sonriendo—. La olvidé.
—¿No era buena?
—Se la compuso a dos chicas más —respondió, encogiéndose de hombros—. Yo no era la primera de su lista, así que, ¿para qué molestarme en gastar mi tiempo en alguien que no me correspondía?
Él no dijo nada, solo movió la cabeza de manera afirmativa y recostó la espalda en el sillón para continuar con eso tan importante que estuviera pensando. Marlene no sabía a qué había venido aquella pregunta, pero se limitó a estar junto a Colin, a la espera de que él decidiera tomar una decisión.
Pero el tiempo pasó y Marlene empezó a impacientarse. Decidió sentarse en el suelo, seguía desnuda, pero la alfombra la aislaba del frío. Él le acarició un mechón de pelo, distraído y ella se dedicó a observarle, tratando de averiguar lo que le pasaba.
Era demasiado guapo para mirarle mucho tiempo. Antes no le había parecido ni interesante, pero con el tiempo, su concepto sobre él había cambiado de manera radical. Su atractivo no solo residía en las facciones de su cara, sino en todo lo que desprendía, en lo que irradiaba. Colin era un hombre serio y callado, pero Marlene sabía que eso solo era la manera que tenía de actuar frente a los demás.
Con ella era bien distinto.
Y estaba segura de que él no había permitido que nadie llegara a conocerle de un modo tan profundo como ella lo conocía.
Esas cosas hacían que se emocionara.
Que se le calentara el corazón y la sangre.
—Tiéndete —dijo.
Se recostó sobre la alfombra. Sus movimientos fueron deliberadamente lentos, como él le había enseñado a hacer. Una vez tumbada, Colin disfrutó de las vistas durante unos minutos, durante los cuales ella intentó quedarse muy quieta. Pero no podía, estaba tensa, con la piel erizada y trataba de controlar la respiración. Cuanto más tiempo pasaba así, esas sensaciones aumentaban.
—Date la vuelta.
Se tumbó boca abajo y apoyó la mejilla y las manos en el suelo. Tragó saliva al notar la mirada de Colin sobre sus nalgas. Desde su vuelta no las había azotado ni una vez y Marlene, en contra de sus propias creencias, estaba deseando que lo hiciera. Estaba ansiosa por tumbarse sobre sus rodillas y permitir que él descargara duras palmadas en su trasero.
Se moría de ganas de que le dijera que había sido una niña mala.
Se estremeció de pensarlo. Escuchó que Colin se movía cuando escuchó el crujido del sillón y se le aceleró el corazón. Pero no sucedió nada más y al cabo de un rato, Marlene alzó la cabeza para mirarle.
Sabía que no debía hacerlo, él no le había dado permiso. Se sintió culpable cuando se cruzó con sus ojos, pero después no pudo evitar el desafío cuando la emoción recorrió su cuerpo. Si lo provocaba, si se portaba mal, tal vez, solo tal vez, la azotaría.
También podía pedirle que lo hiciera, pero no estaba segura de querer hacerlo, porque podía ponerse duro. Ay, le encantaba cuando se ponía, cuando se volvía implacable —de hecho se estaba humedeciendo solo de pensarlo—, pero era tan complejo lo que experimentaba que muchas veces no se sentía preparada para afrontarlo.
Era una mezcla de miedo, inseguridad y excitación. No había peligro alguno, solo un placer doloroso que le costaba soportar.
Su espera fue en vano, Colin no dijo ni hizo nada. Solo la observó. Estaba esperando algo de ella y Marlene supo que no se lo diría. No le daría ninguna instrucción, tan solo la abandonaría allí con sus propias emociones, dejando que ella tuviera que adivinar lo que él deseaba que hiciera. Y, en cualquier momento, cuando menos se lo esperase, él le arrebataría el control para desatar el caos. Ella, con la guarda baja, los nervios crispados y en anhelo palpitando en su interior, se rendiría con locura.
No le gustaba eso. No, sí que le gustaba en realidad, pero era como cuando el placer se volvía insoportable: dudaba entre desearlo o rechazarlo.
Giró sobre la alfombra, mostrándole su cuerpo desnudo, y comenzó a acariciarse los pechos y la cintura. Colin no cambió la cara y Marlene empezó a sudar, nerviosa, al no saber qué hacer. Así que decidió ser lo más escandalosa posible. Bueno, lo más escandalosa que se le ocurría ser, porque por desgracia, de los dos, él era el más ingenioso.
Se puso de rodillas frente a Colin y colocó las manos sobre sus muslos. Notó que se tensaba, así que procedió a subir las manos hacia la cintura del pantalón. Le sacó los faldones de la camisa y desbrochó los botones inferiores. Le temblaban tanto las manos que apenas sabía lo que estaba haciendo. Él no dijo nada, pero en el fondo de sus ojos refulgía un fuego abrasador en el que Marlene deseaba arder hasta consumirse. Serio, imperturbable, no sabía lo que pasaba por su cabeza. No sabía si quería que lo tocara, podía estar enfadado porque ella se tomara aquellas libertades, y simplemente no se lo impedía para después tener una excusa con la que castigarla. O tal vez sí quería que ella tomara por una vez la iniciativa y quería saber de qué era capaz.
Al no obtener ninguna negativa, Marlene cogió con cuidado la punta de la cremallera y miró a Colin en silencio. A él no le tembló ni un solo músculo de cara, ni siquiera cuando ella deslizó el cierre hacia abajo, conteniendo el aliento. El cimbreo metálico acompañó al silencio hasta abajo.
Se pasó la lengua por los labios, sentía la boca seca y apenas podía respirar. La emoción era tan potente que no podía pensar en si estaba haciendo algo mal. En cualquier caso, Colin se encargaría de corregirla o castigarla según sus deseos, pero jamás la cuestionaría o la juzgaría. De ser así, aquella relación acabaría.
Nerviosa de que eso pudiera ocurrir, Marlene se acomodó entre los muslos separados de Colin. No le impidió acomodarse entre sus piernas y tampoco la alentó, solo posó las manos sobre los brazos del sillón. De reojo, vio que tenía los nudillos blancos, indicativo de su tensión y su control. De todas formas, por la abultado de su erección, ya podía imaginarse que estaba tenso. Separó las solapas del pantalón para tener bien a la vista la exquisita prominencia que se escondía debajo de los calzoncillos. Sin andarse por las ramas, porque estaba demasiado nerviosa esperando a que él la interrumpiera de algún modo, tiró de la cinturilla hacia abajo para descubrir su miembro. Ni siquiera lo miró cuando lo cogió con las dos manos e inclinó la cabeza.
El contacto de sus labios hizo que Colin se estremeciera. No era inmune, nunca lo había sido a pesar de su fachada impenetrable. Marlene sabía que, igual que ella, también era vulnerable en ciertos momentos. Eso era lo que más la excitaba de él, esas grietas en su exterior perfecto, esas debilidades que habitaban muy al fondo y que él escondía.
Lo acogió dentro de su boca. Era suave, estaba caliente y duro, la piel tensa sobre las venas. Recorrió la longitud con la lengua hasta dejarlo resbaladizo y succionó con fuerza mientras movía las manos, poniendo en práctica esas lecciones que él le había dado para hacerlo bien. Para hacerlo perfecto. Para que él sintiera el máximo placer y ella pudiera disfrutar de sus respuestas.
Levantó los ojos cuando él echó la cabeza hacia atrás, inspirando hondo. Sintió un tirón en el vientre y se le erizó toda la piel del cuerpo al comprobar que se entregaba a ella. Marlene lo observó con atención mientras apretaba los labios en torno al tronco, succionando con más fuerza, hasta que las mejillas se le hundieron. Colin dejó escapar un gemido y ella se agitó. Le desabrochó los botones que faltaban de la camisa y le acarició el torso sin dejar de besarle, llevando su pene hacia el interior de la boca cada vez más lejos, hasta que le tocó la garganta. Le clavó las uñas en el pecho, hundió un poco los dientes en su erección y movió la cabeza hacia atrás para sacarlo, exponiendo su carne enrojecida y brillante de saliva.
Al mirarle a la cara, el cuerpo le dolió de pura necesidad. Colin estaba desmadejado sobre el sillón, con la camisa abierta, la cabeza hacia atrás y los músculos del cuello tensos. Totalmente expuesto a ella, apetecible y excitado. Le pasó la lengua por el abdomen y le mordió los costados. Besó su torso, chupando cada curva y cada prominencia. Cogió su erección y lo acarició con firmeza. Tocó y humedeció cada centímetro de su cuerpo, y cuando ya no pudo soportarlo más, se puso sobre sus muslos. Con una mano mantuvo su erección en alto y se colocó sobre ella. Hasta que no sintió el contacto de su corona sobre los pliegues de su sexo no fue consciente de lo mojada que estaba. De lo necesitada que estaba de sentirle dentro de ella. Era tal su expectación que se dejó caer sobre él, clavándolo en su interior con fuerza.
Marlene lo vio todo blanco. Escuchó a Colin gemir y ella respondió con un suspiro que más bien fue una larga bocanada de aire en busca del oxígeno que le faltó. El calor brotó de su centro para irradiar en todas direcciones, su piel se erizó y sus pezones se endurecieron. Su sexo palpitó en torno a Colin, una protesta por la intrusión. La tirantez inicial fue una sublime mezcla de dolor y placer y se quedó quieta, notando como el cosquilleo nacía desde dentro para subir por su estómago y su espalda hasta llegar al cuello. Se mordió los labios, degustando el escozor con deleite, esperando a que pasara la impresión para poder actuar.
Se acomodó manteniendo a Colin dentro. Se agarró al respaldo, poniendo los brazos a cada lado de su cabeza. Él no la miraba, miraba al techo, tenía las mejillas enrojecidas y respiraba de forma superficial. Marlene movió las piernas para ponerse a horcajadas, Se echó hacia atrás y apoyó las manos en los brazos del sillón, junto a las de Colin, para empezar a moverse.
Lo observó con atención mientras se deslizaba hacia arriba y arremetía después contra él. Colin permaneció inmóvil y Marlene volvió a subir antes de bajar de golpe, esperando alguna reacción por su parte. Dos intrusiones más tarde se dio cuenta de que era ella quien tenía el control. Colin no iba a hacer nada, estaba dejando que ella disfrutara de su sexo como quisiera. Estaba permitiendo que Marlene se complaciera a sí misma, usándole sin poner ningún impedimento.
Más acalorada que nunca, aumentó el ritmo. Sin poder evitarlo, rompió el silencio con gemidos imposibles de contener a medida que el placer crecía. Estaba haciéndole el amor a Colin y estaba disfrutando como nunca. Empezó a sudar. Echó la cabeza hacia atrás y se dejó llevar, la tensión de sus muslos aumentó y sintió que se le agarrotaban los brazos por el esfuerzo de mantener su propio peso. Pero la fricción era tan deliciosa que no podía ponerle freno. Se le humedecieron los ojos. Su sexo estaba tan resbaladizo que Colin entraba con facilidad. Vislumbró el orgasmo.
—Quieta.
La orden fue tajante y atravesó la neblina de excitación de Marlene. Se detuvo en una subida y Colin quedó medio encajado dentro de ella. Todo se frenó de golpe. Sin saber muy bien que estaba pasando, ni cómo había sido capaz de parar cuando estaba a punto de correrse, Marlene inspiró hondo y miró a Colin.
Él la miraba sonriendo. De esa forma tan despiadada que adoptaba cuando tomaba el mando. Marlene, tensa, sobreexcitada y aturdida, notó que la humedad le brotaba de entre los pliegues y le hacía cosquillas en la cara interna de los muslos.
Se mantuvo quieta, en equilibrio sobre la erección de Colin, con el orgasmo a las puertas y el clítoris palpitando. Tan inflamada estaba que sus músculos ya habían empezado a contraerse alrededor del miembro masculino. Del esfuerzo por contenerse se le saltaron las lágrimas.
Colin liberó uno de los brazos del sillón y llevó la mano al vientre de Marlene. Colocó la palma sobre su ombligo, Marlene quiso gritar. Estaba a punto de perder el equilibrio. Se iba a caer. Con el pulgar, Colin tiró de su sexo hacia arriba. Despacio, movió la otra mano para acercar los dedos hacia la carne expuesta. Ella se tensó todavía más, con la certeza de que cuando su yema la rozara, todo estallaría. La inminente explosión la hizo gimotear y temblar.
—Levanta un poco más las caderas —gruñó Colin.
Ella lo hizo y perdió el contacto con su erección. Sintió que se le desgarraba la piel de los nervios, pero no dijo nada, porque tampoco podía pronunciar palabras. Contener el placer requería de toda su concentración.
Parpadeó para enfocarle. Tenía la boca tensa a pesar de la sonrisa, la mandíbula apretada, los ojos negros y profundos. El pelo despeinado, la frente brillante, los músculos tensos.
Lo amaba. Sin razón, con locura, de manera desmedida. Todo lo que hacía, incluso aquella insoportable tortura sexual, era lo más hermoso que nadie había hecho por ella. La seguridad de que él explotaría todas sus cualidades, que la llevaría al límite, que la empujaría más allá de la razón hacia el éxtasis compartido, era lo que ablandaba el corazón de Marlene.
La certeza de que no habría más hombre que él era tan real como el ardor que la consumía.
Haría cualquier cosa por él.
Cualquier cosa.
—Baja del sillón —pidió, muy despacio—. Apoya las manos y las rodillas en el suelo. Mantén las piernas separadas. Hazlo.
Marlene ni siquiera recordó haber hecho lo que le había ordenado. Para cuando fue consciente de lo que sucedía, temblaba a cuatro patas frente al sillón, observando los impolutos zapatos de Colin y deseando besarle los pies. Él se levantó y comenzó a moverse alrededor de ella. Poco a poco su cuerpo se fue enfriando y el dolor del placer insatisfecho fue remitiendo, para ser sustituido por una nueva clase de excitación.
La del juego.



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2 intimidades:

  1. Anónimo0:31

    Noooooo! me dejo corta xD, debería haber una continuación ewe, gracias por la breve historia me gusto ^^/

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  2. OMG y nos dejas así????? me ha encantado, menudos calores me ha entrado

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